Saturday 10 May 2014

Primer Capítulo (Parte 2) de Hechizo de Sangre.


Os dejo el final del primer capítulo...




Conforme nos adentrábamos en el bosque la humedad de la tierra junto con el humus descomponiéndose del suelo provocaba que una espesa neblina se elevara casi a la altura de nuestras cinturas; dando la impresión que nuestros cuerpos tullidos flotaban en el aire. Esta fantasmagórica escena no invitaba a entrar en aquel intrigante lugar. La niebla no facilitaba la tarea al seguirla pues ya sólo veía un tenue reflejo de su figura en la distancia. Cuando casi había tirado la toalla, y pensé en volver a Sayville, reconocí hacia dónde se dirigía.

Siguiendo ese sendero en mitad de la noche, el único lugar al que podía dirigirse era el cementerio de Saint Anne’s.

 Un poco más tranquilo por saber hacia dónde se dirigía, alcancé a ver después de un par de kilómetros de caminata, el viejo, pero majestuoso y terrorífico lugar. Me asombré de mí mismo. No pensaba que fuese un cagueta, pero no que estuviese tan tranquilo sin sentir al menos algo de repelús al acercarme a ese lugar. Estaba seguro de que mantenía el tipo porque la estaba siguiendo a ella. Mientras a ella no le sucediese nada, yo permanecería tranquilo.

El antiquísimo cementerio construido varios siglos atrás por los primeros colonos que se establecieron en Sayville provenientes de Europa estaba rodeado de impresionantes cipreses centenarios. Esas columnas verdes se erigían como guardianes oscuros de la vida eterna, tratando de advertir a todo aquel que no se hubiese despojado de su envoltura carnal que no era bien recibido en aquel lugar.

Al viejo cementerio venían gentes de todo el estado de Nueva York e incluso del resto del país. Las gentes decían que era un lugar santo. Según contaban los fieles, allí se había aparecido un espíritu a los primeros colonos tras su llegada. También decían que albergaba una gran energía espiritual o eso había publicado no se qué médium hacía unas cuantas décadas. Por supuesto la voz se corrió y todos querían enterrar aquí a sus difuntos.

Me fue difícil localizarla en medio de tantos panteones y tumbas. Pero al fin la localicé arrodillada frente a un enorme mausoleo de mármol. Parecía como si tratase de abrir una pequeña puerta. Su delicada figura y la fragilidad de su rostro contrastaban con lo tosco del lugar que la rodeaba. Parecía una diosa descendida al mismo infierno.

De repente sentí que algo me golpeaba en la cabeza y todo se volvía oscuro, negro, sentí como mi cuerpo dejaba de responderme y se desplomaba al suelo. No sentí dolor al desplomarme, sentí que no podría protegerla. Después no sentí nada…

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Lo cierto es que unas voces en la distancia me rescataron de mi estado de semiinconsciencia. Me dispuse a abrir los ojos pero no me atreví por miedo a recibir otro golpe si llegaban a descubrir que estaba consciente. Sabía que aquel golpe no había sido fortuito. Alguien me había golpeado como si hubiese querido quitarme de en medio, tal vez no deseaban que la siguiese. Pero… < ¿Por qué?> me pregunté tirado en el suelo.

Las ideas se amontonaban en mi cerebro. Se atropellaban a cada instante simulando cientos de posibilidades acerca del porqué había sido golpeado. Me dolía la cabeza de una manera insoportable, sobre todo por encima de la nuca. Noté el cuello algo húmedo, seguramente sería algo de sangre. Aun así, no me alarmé. Debía permanecer inmóvil, pese al deseo primigenio de llevarme las manos a la nuca para comprobar si no me estaría desangrando. Pero algo dentro de mí me ordenó que no moviese un solo músculo del cuerpo si quería escapar de allí. No sabía si Sasha se encontraba bien o ella también habría sido atacada.

 Poco a poco empecé a recobrar el resto de los sentidos. Quizás fue el olfato el que no dejaba trabajar metódicamente al resto. Había un repugnante olor en aquel lugar, tan insoportable que no me dejaba pensar. Era obvio que no me encontraba en un recinto al aire libre, notaba una nauseabunda humedad a lugar cerrado que nada tenía que ver con el delicioso olor a tierra mojada de unos momentos antes. El aire putrefacto que llenaba mis pulmones los colapsaba lentamente. El aire bajaba y subía por mi aparato respiratorio acariciando asquerosamente la boca del estómago, invitándole a expulsar su escaso contenido en más de una ocasión. Traté de contener las náuseas que me provocaba el ambiente que se respiraba en el lugar con todas mis ganas. Aquella pestilencia era insoportable. Fijé mi atención en las acaloradas voces que discutían a poca distancia de mi cuerpo, aparentemente inerte sobre el suelo por temor a represalias.

— ¡Sasha me da igual lo que digas! te ha visto llegar hasta aquí, te ha seguido. Hay que hacer algo con él. Encontró nuestro escondite. Este que tanto tiempo nos ha costado encontrar y en el que estamos a salvo. Ya nos advirtieron cuando vinimos a Sayville que deberíamos tomar todas las precauciones, este es su territorio. No sólo estamos en peligro nosotros, sino el plan para establecernos en este lugar estratégico. —Amenazó una voz ronca y viril en tono enfurecido—, imagínate qué pasaría si se enterasen los demás… No puede salir con vida de aquí.

— ¡No Radgüll! ¡No lo matarás! —Negó ella taxativamente—. Le conozco, es mi vecino y es un buen chico. Su familia no soportaría la pérdida. Es hijo único... sólo me siguió porque estaba preocupado por mí. El muy insensato se encaprichó de mí desde el primer día que nos vimos. Esta noche por fin se atrevió a romper el hielo y seguramente me escuchó salir de casa tan tarde y se preocupó, nada más. No intentes ver otra cosa. —trató de defenderme en tono enérgico y alterado—. Podemos devolverlo al cementerio, creerá que se golpeó con algo y cuando vuelva en sí regresará a casa por sí solo. Ya me inventaré yo una excusa para mi excursión nocturna. ¡Fin del asunto!

Al oír sus palabras sentí que la sangre de todo mi cuerpo se agolpaba en un lugar concreto: mis mejillas. < ¿Cómo había sido tan torpe y había dejado que se diera cuenta que estaba tan colado por ella? ¡Qué vergüenza!> —pensé avergonzado.

Quise que en ese momento me tragase la tierra, pero más tarde descubrí que en realidad ya lo había hecho: me encontraba varios metros bajo tierra, bajo un mausoleo.

—Además… ¿Por qué le golpeaste de esa manera tan brutal? Ya te he dicho que sabía que me estaba siguiendo. ¿Acaso crees que no podría oír sus ruidosas zancadas en mitad del silencio de la noche? —repuso ella—. No se te ocurrió pensar por un solo instante que tal vez querría ser su amiga,  en vez de matarle. Tan solo estaba buscando una excusa para quitármelo de encima. Una visita a un familiar fallecido o algo por el estilo. Tú lo has fastidiado todo… Como siempre.

—Sasha sabes que eso no es posible. Nos delataría tarde o temprano. Acuérdate de lo que pasó en Boston. ¡O con nosotros, o en contra! No pienso jugarme el pellejo por un simple mortal. —sentenció el tal Radgüll, empezando a impacientarse. Parecía que quería acabar con aquella situación de manera rápida.

— ¡Vayamos a preguntarle a los otros! De todas formas tenemos que ir a verlos, para eso habíamos venido. —concluyó Sasha empujándole con nerviosismo fuera de la estancia antes de que otra tercera persona pudiese siquiera asomarse al lugar donde me hallaba.

Escuché con atención cómo se marchaban. Me sobresaltó el enorme estruendo del portón metálico al cerrar. Solo entonces abrí los ojos a la impenetrable oscuridad del lugar.

Todo estaba muy oscuro. Mis órganos visuales tardaron en adaptarse a la opaca negrura que me acechaba. No se veía absolutamente nada. Estaba tan oscuro que ni la más liviana claridad podía acceder al lugar donde me habían encerrado. Pensé que tenía que marcharme de ahí como fuese…

Recordé que en mi cazadora tenía la linterna que usé en casa cuando se fue la luz por la tormenta eléctrica. Rebusqué en todos y cada uno de los seis bolsillos de la cazadora hasta que en el último encontré la linterna. Cuando la encendí, tirado como estaba por el suelo, la perspectiva del lugar casi me hizo desmayarme de nuevo.

< ¡Estaba dentro de un mausoleo!> —grité para mis adentros.

Aquello era más bien una enorme cripta rodeada de una especie de sarcófagos de mármol plomizo y pesado, donde suponía estarían enterrados los difuntos. Las flores y el agua se descomponían dentro de sus recipientes, así como los cadáveres. Todos esos elementos necrófilos provocaban ese olor acre que me asqueaba a cada nueva bocanada de aire.

Noté cómo tenía la camiseta empapada de sudor debajo del jersey. Supuse que había sudado mucho por el sofocante calor que hacía debajo de tierra, más aun tras la lluvia. La tierra se habría recalentado debido a un efecto compost de los materiales en descomposición. Iluminé mi camiseta tras despojarme del jersey gris. Descubrí que estaba empapada de sangre. Volví a marearme por la impresión al ver mi propia sangre rodeándome. No solía marearme al ver la sustancia rojiza y viscosa cuando realizaba prácticas en la facultad, pero era diferente permanecer impasible ante esa cantidad de mi propia sangre vertida sobre la ropa.

Sopesé el tremendo golpe en la cabeza que debía haber recibido para haberme hecho perder tal cantidad de sangre, y quizás, aun no había parado. Quizás me estaba desangrando…

Exangüe, toqué la zona del hueso occipital y comprobé que tenía una enorme brecha. Casi sentí la fosa occipital cerebelosa al introducir la yema de un dedo. Lo retiré inmediatamente ante el doloroso roce con el hueso. Por fortuna ya no sangraba. La sangre empezaba a coagularse, impidiendo que más sangre abandonase mi cuerpo. Terriblemente agotado, exhausto, casi desvanecido por el golpe y la pérdida de líquido vital, sin fuerzas siquiera para pensar, comencé a recapacitar sobre las posibilidades reales de escapar de ese lugar. Ni siquiera me paré a pensar en la conversación de la que había sido testigo. Mi cerebro estaba trabajando en qué manera podría ponerme a salvo. Ya analizaría aquella conversación más tarde… si tenía posibilidad de hacerlo…

Imaginé, seguramente para tranquilizarme y no perder la cordura, que Sasha y sus amigos eran terroristas o pertenecían a una sociedad o religión secreta, y que esta era su guarida. Yo la había descubierto poniendo en peligro la naturaleza secreta de la organización. Pero ella no había querido infringirme ningún daño. En cambio, el sádico de su amigo casi acaba conmigo al golpearme y no parecía haber cesado en su empeño. Quería verme muerto. Si descubrían que les había escuchado, y me sorprendían intentando huir, ese tipo acabaría matándome.

Volví a recordar uno de los refranes de mi abuela siempre presente desde que se había marchado, < Hay amores que matan>.

Mirándome todo ensangrentado, mis sentimientos por Sasha ejemplificaban ese dicho popular. Mi amor por ella, había puesto en peligro mi vida.

Todavía no sabía en qué manera…

Pensé en cómo salir de esa situación, en la cara que pondrían mis padres cuando me viesen aparecer así por casa, y en qué excusa les pondría. Seguramente me inventaría alguna sobre un accidente de coche. Les contaría que el conductor que me atropelló se había dado a la fuga para darle más dramatismo. Pensando esto, sin querer, me fui quedando dormido.


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