Os dejo el final del primer capítulo...
Conforme nos adentrábamos en el
bosque la humedad de la tierra junto con el humus descomponiéndose del suelo
provocaba que una espesa neblina se elevara casi a la altura de nuestras
cinturas; dando la impresión que nuestros cuerpos tullidos flotaban en el aire.
Esta fantasmagórica escena no invitaba a entrar en aquel intrigante lugar. La
niebla no facilitaba la tarea al seguirla pues ya sólo veía un tenue reflejo de
su figura en la distancia. Cuando casi había tirado la toalla, y pensé en
volver a Sayville, reconocí hacia dónde se dirigía.
Siguiendo ese sendero en mitad de
la noche, el único lugar al que podía dirigirse era el cementerio de Saint Anne’s.
Un poco más tranquilo por saber hacia dónde se
dirigía, alcancé a ver después de un par de kilómetros de caminata, el viejo,
pero majestuoso y terrorífico lugar. Me asombré de mí mismo. No pensaba que
fuese un cagueta, pero no que estuviese tan tranquilo sin sentir al menos algo
de repelús al acercarme a ese lugar. Estaba seguro de que mantenía el tipo porque
la estaba siguiendo a ella. Mientras a ella no le sucediese nada, yo
permanecería tranquilo.
El antiquísimo cementerio
construido varios siglos atrás por los primeros colonos que se establecieron en
Sayville provenientes de Europa estaba rodeado de impresionantes cipreses
centenarios. Esas columnas verdes se erigían como guardianes oscuros de la vida
eterna, tratando de advertir a todo aquel que no se hubiese despojado de su
envoltura carnal que no era bien recibido en aquel lugar.
Al viejo cementerio venían gentes
de todo el estado de Nueva York e incluso del resto del país. Las gentes decían
que era un lugar santo. Según contaban los fieles, allí se había aparecido un
espíritu a los primeros colonos tras su llegada. También decían que albergaba
una gran energía espiritual o eso había publicado no se qué médium hacía unas
cuantas décadas. Por supuesto la voz se corrió y todos querían enterrar aquí a
sus difuntos.
Me fue difícil localizarla en
medio de tantos panteones y tumbas. Pero al fin la localicé arrodillada frente
a un enorme mausoleo de mármol. Parecía como si tratase de abrir una pequeña
puerta. Su delicada figura y la fragilidad de su rostro contrastaban con lo
tosco del lugar que la rodeaba. Parecía una diosa descendida al mismo infierno.
De repente sentí que algo me
golpeaba en la cabeza y todo se volvía oscuro, negro, sentí como mi cuerpo
dejaba de responderme y se desplomaba al suelo. No sentí dolor al desplomarme,
sentí que no podría protegerla. Después no sentí nada…
No sé cuánto tiempo estuve
inconsciente. Lo cierto es que unas voces en la distancia me rescataron de mi
estado de semiinconsciencia. Me dispuse a abrir los ojos pero no me atreví por
miedo a recibir otro golpe si llegaban a descubrir que estaba consciente. Sabía
que aquel golpe no había sido fortuito. Alguien me había golpeado como si
hubiese querido quitarme de en medio, tal vez no deseaban que la siguiese.
Pero… < ¿Por qué?> me pregunté tirado en el suelo.
Las ideas se amontonaban en mi
cerebro. Se atropellaban a cada instante simulando cientos de posibilidades
acerca del porqué había sido golpeado. Me dolía la cabeza de una manera
insoportable, sobre todo por encima de la nuca. Noté el cuello algo húmedo,
seguramente sería algo de sangre. Aun así, no me alarmé. Debía permanecer
inmóvil, pese al deseo primigenio de llevarme las manos a la nuca para
comprobar si no me estaría desangrando. Pero algo dentro de mí me ordenó que no
moviese un solo músculo del cuerpo si quería escapar de allí. No sabía si Sasha
se encontraba bien o ella también habría sido atacada.
Poco a poco empecé a recobrar el resto de los
sentidos. Quizás fue el olfato el que no dejaba trabajar metódicamente al
resto. Había un repugnante olor en aquel lugar, tan insoportable que no me
dejaba pensar. Era obvio que no me encontraba en un recinto al aire libre,
notaba una nauseabunda humedad a lugar cerrado que nada tenía que ver con el
delicioso olor a tierra mojada de unos momentos antes. El aire putrefacto que
llenaba mis pulmones los colapsaba lentamente. El aire bajaba y subía por mi
aparato respiratorio acariciando asquerosamente la boca del estómago,
invitándole a expulsar su escaso contenido en más de una ocasión. Traté de
contener las náuseas que me provocaba el ambiente que se respiraba en el lugar
con todas mis ganas. Aquella pestilencia era insoportable. Fijé mi atención en
las acaloradas voces que discutían a poca distancia de mi cuerpo, aparentemente
inerte sobre el suelo por temor a represalias.
— ¡Sasha me da igual lo que
digas! te ha visto llegar hasta aquí, te ha seguido. Hay que hacer algo con él.
Encontró nuestro escondite. Este que tanto tiempo nos ha costado encontrar y en
el que estamos a salvo. Ya nos advirtieron cuando vinimos a Sayville que
deberíamos tomar todas las precauciones, este es su territorio. No sólo estamos
en peligro nosotros, sino el plan para establecernos en este lugar estratégico.
—Amenazó una voz ronca y viril en tono enfurecido—, imagínate qué pasaría si se
enterasen los demás… No puede salir con vida de aquí.
— ¡No Radgüll! ¡No lo matarás!
—Negó ella taxativamente—. Le conozco, es mi vecino y es un buen chico. Su
familia no soportaría la pérdida. Es hijo único... sólo me siguió porque estaba
preocupado por mí. El muy insensato se encaprichó de mí desde el primer día que
nos vimos. Esta noche por fin se atrevió a romper el hielo y seguramente me
escuchó salir de casa tan tarde y se preocupó, nada más. No intentes ver otra
cosa. —trató de defenderme en tono enérgico y alterado—. Podemos devolverlo al
cementerio, creerá que se golpeó con algo y cuando vuelva en sí regresará a
casa por sí solo. Ya me inventaré yo una excusa para mi excursión nocturna.
¡Fin del asunto!
Al oír sus palabras sentí que la
sangre de todo mi cuerpo se agolpaba en un lugar concreto: mis mejillas. <
¿Cómo había sido tan torpe y había dejado que se diera cuenta que estaba tan
colado por ella? ¡Qué vergüenza!> —pensé avergonzado.
Quise que en ese momento me
tragase la tierra, pero más tarde descubrí que en realidad ya lo había hecho:
me encontraba varios metros bajo tierra, bajo un mausoleo.
—Además… ¿Por qué le golpeaste de
esa manera tan brutal? Ya te he dicho que sabía que me estaba siguiendo. ¿Acaso
crees que no podría oír sus ruidosas zancadas en mitad del silencio de la
noche? —repuso ella—. No se te ocurrió pensar por un solo instante que tal vez
querría ser su amiga, en vez de matarle.
Tan solo estaba buscando una excusa para quitármelo de encima. Una visita a un
familiar fallecido o algo por el estilo. Tú lo has fastidiado todo… Como
siempre.
—Sasha sabes que eso no es
posible. Nos delataría tarde o temprano. Acuérdate de lo que pasó en Boston. ¡O
con nosotros, o en contra! No pienso jugarme el pellejo por un simple mortal.
—sentenció el tal Radgüll, empezando a impacientarse. Parecía que quería acabar
con aquella situación de manera rápida.
— ¡Vayamos a preguntarle a los
otros! De todas formas tenemos que ir a verlos, para eso habíamos venido.
—concluyó Sasha empujándole con nerviosismo fuera de la estancia antes de que
otra tercera persona pudiese siquiera asomarse al lugar donde me hallaba.
Escuché con atención cómo se
marchaban. Me sobresaltó el enorme estruendo del portón metálico al cerrar.
Solo entonces abrí los ojos a la impenetrable oscuridad del lugar.
Todo estaba muy oscuro. Mis
órganos visuales tardaron en adaptarse a la opaca negrura que me acechaba. No
se veía absolutamente nada. Estaba tan oscuro que ni la más liviana claridad
podía acceder al lugar donde me habían encerrado. Pensé que tenía que marcharme
de ahí como fuese…
Recordé que en mi cazadora tenía
la linterna que usé en casa cuando se fue la luz por la tormenta eléctrica.
Rebusqué en todos y cada uno de los seis bolsillos de la cazadora hasta que en
el último encontré la linterna. Cuando la encendí, tirado como estaba por el
suelo, la perspectiva del lugar casi me hizo desmayarme de nuevo.
< ¡Estaba dentro de un
mausoleo!> —grité para mis adentros.
Aquello era más bien una enorme
cripta rodeada de una especie de sarcófagos de mármol plomizo y pesado, donde
suponía estarían enterrados los difuntos. Las flores y el agua se descomponían
dentro de sus recipientes, así como los cadáveres. Todos esos elementos
necrófilos provocaban ese olor acre que me asqueaba a cada nueva bocanada de
aire.
Noté cómo tenía la camiseta
empapada de sudor debajo del jersey. Supuse que había sudado mucho por el
sofocante calor que hacía debajo de tierra, más aun tras la lluvia. La tierra
se habría recalentado debido a un efecto compost de los materiales en
descomposición. Iluminé mi camiseta tras despojarme del jersey gris. Descubrí
que estaba empapada de sangre. Volví a marearme por la impresión al ver mi
propia sangre rodeándome. No solía marearme al ver la sustancia rojiza y
viscosa cuando realizaba prácticas en la facultad, pero era diferente
permanecer impasible ante esa cantidad de mi propia sangre vertida sobre la
ropa.
Sopesé el tremendo golpe en la
cabeza que debía haber recibido para haberme hecho perder tal cantidad de
sangre, y quizás, aun no había parado. Quizás me estaba desangrando…
Exangüe, toqué la zona del hueso
occipital y comprobé que tenía una enorme brecha. Casi sentí la fosa occipital
cerebelosa al introducir la yema de un dedo. Lo retiré inmediatamente ante el
doloroso roce con el hueso. Por fortuna ya no sangraba. La sangre empezaba a coagularse,
impidiendo que más sangre abandonase mi cuerpo. Terriblemente agotado,
exhausto, casi desvanecido por el golpe y la pérdida de líquido vital, sin
fuerzas siquiera para pensar, comencé a recapacitar sobre las posibilidades
reales de escapar de ese lugar. Ni siquiera me paré a pensar en la conversación
de la que había sido testigo. Mi cerebro estaba trabajando en qué manera podría
ponerme a salvo. Ya analizaría aquella conversación más tarde… si tenía
posibilidad de hacerlo…
Imaginé, seguramente para tranquilizarme
y no perder la cordura, que Sasha y sus amigos eran terroristas o pertenecían a
una sociedad o religión secreta, y que esta era su guarida. Yo la había
descubierto poniendo en peligro la naturaleza secreta de la organización. Pero
ella no había querido infringirme ningún daño. En cambio, el sádico de su amigo
casi acaba conmigo al golpearme y no parecía haber cesado en su empeño. Quería
verme muerto. Si descubrían que les había escuchado, y me sorprendían
intentando huir, ese tipo acabaría matándome.
Volví a recordar uno de los
refranes de mi abuela siempre presente desde que se había marchado, < Hay
amores que matan>.
Mirándome todo ensangrentado, mis
sentimientos por Sasha ejemplificaban ese dicho popular. Mi amor por ella,
había puesto en peligro mi vida.
Todavía no sabía en qué manera…
Pensé en cómo salir de esa
situación, en la cara que pondrían mis padres cuando me viesen aparecer así por
casa, y en qué excusa les pondría. Seguramente me inventaría alguna sobre un
accidente de coche. Les contaría que el conductor que me atropelló se había
dado a la fuga para darle más dramatismo. Pensando esto, sin querer, me fui
quedando dormido.
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