Friday 21 August 2015

Capítulo 1, Parte 7





La mayoría de los niños y jóvenes humanos crecían rodeados de miseria y con la clara idea de que al cumplir los 18 años iban a morir, de una u otra forma, con mayor o menor sufrimiento, pero no podían esperar casi nada de la vida, solo se molestaban en sobrevivir, no servía de nada revelarse, luchar o intentar cualquier cosa que no fuese: obedecer. Las nuevas generaciones apenas si sabían leer o escribir, tan solo unos cientos de privilegiados, súbditos que eran instruidos para poder utilizar las maquinarias e instalaciones de los vampiros, podían recibir alguna instrucción que les alejase del analfabetismo o la incomprensión del mundo que les rodeaba. En poco tiempo, el ser humano se estaba deshumanizando, sin duda, cada vez nos asemejábamos a los animales que criábamos en el pasado para alimentarnos. Embrutecidos y egoístas, nadie miraba por los demás, solo por sobrevivir el mayor tiempo posible, una especie de frenética cuenta atrás en la que debías cuidar muy bien tus espaldas o lo pagabas con tu sangre. 


Los vampiros disfrutaban comprobando lo débiles que éramos sin nuestra sociedad y la maraña de relaciones personales y profesionales que todos habíamos ido tejiendo a lo largo de décadas y décadas de despreocupada existencia. Sin un lugar en la jerarquía social de los vampiros que reclamar, los humanos habían perdido cualquier inquietud o ansia por salir de esa situación; solo eran borregos dispuestos en fila para ir al matadero. Todavía había pasado poco tiempo, pero muchos comenzaban a olvidar qué habíamos sido en el pasado, que existió otra realidad que lo que nos mostraban cada día. La mayoría de los ancianos desaparecieron los primeros años, no eran útiles, por lo tanto se deshicieron de ellos. No obstante, existía un pequeño grupo de humanos que llegaban a una edad avanzada, aquellos que eran sujeto de estudio en laboratorios para averiguar cómo poder incrementar la resistencia del hombre ante la voracidad de los vampiros, pero lo normal era que cualquier ser humano hubiese desaparecido de una u otra forma.


Mara, en cambio, siempre había disfrutado de una vida tranquila y libre, pensando que jamás tendría que preocuparse por ser sacrificada, desangrada, violada o preñada hasta su muerte. Para ella fue duro, muy duro, tal vez era quien peor lo había pasado en los últimos años que había permanecido en aquella odiosa isla de sufrimiento y muerte, alejada de los suyos.


En Isla Muerte todos la miraban con una mezcla de pena, envidia, admiración e incluso odio. Al principio, huía de todos y no quería relacionarse con nadie, encerrada en su agónica existencia, que en definitiva, no difería demasiado de la de los demás. Había tenido que soportar todo tipo de desplantes, episodios graves de violencia en el  módulo A2577; donde la habían confinado a su llegada. No cabía duda que Mara era especial, no por su exótica belleza, que la tenía, no por su estatura o fortaleza, que eran evidentes, si no por ser simplemente quién era: hija de dos admirados héroes del FESTUM. Incluso algunos vampiros la admiraban, en silencio, les sobrecogía la manera en que sacaba fuerza de donde no las había para continuar cuando las vejaciones y el maltrato rozaban lo insoportable. Algunos vampiros pensaron que hacerla participar en el FESTUM era un despropósito, malgastar una materia prima de tan incalculable valor, deberían haberla subastado al mejor postor, desde luego candidatos y admiradores no le faltaban. Algunos vampiros influyentes, conocedores de su existencia, fantaseaban con convertirla en vampiro, aunque fuese de manera ilegal... Cada día, el número de vampiros que la deseaban en secreto aumentaba, sobre todo al saber que jamás podrían tenerla: Gornav ya le había preparado un destino bien distinto, participaría en ese juego que tanto le divertía.

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