Título: Creímos estar Dormidos.
Género: Ciencia-Ficción, intriga.
Extensión: 9 páginas.
CREÍMOS ESTAR DORMIDOS
Aquella
noche todos los seres humanos del planeta nos fuimos a dormir como cualquier
otra noche plagada de las innumerables efímeras horas de sueño, como ya
habíamos hecho anteriormente a lo largo de nuestra corta o larga existencia.
Todos dormíamos, excepto unos pocos desafortunados que no durmieron como los
demás y sufrieron las consecuencias.
El
catorce de Junio del año dos mil cuarenta, no fue otro día cualquiera.
Llevábamos unos tres años en los que un
día y una noche del año, todos
dormíamos. Nuestros dirigentes habían sido capaces de taladrar nuestro cerebro
para que ese día, elegido al azar, supuestamente, se declarase el día mundial
del sueño. De esta manera, el planeta se paraba por completo. Era como una
especie de parada de máquinas para poder reiniciar el sistema y que así, al
menos de manera simbólica, nuestro planeta pudiese respirar, al menos, por un
día.
Fueses
como fueses, vivieras donde vivieras, sufrieses insomnio o de narcolepsia, tenías
que prepararte para dormir. Incluso los más raros celebraban fiestas de pijama
multitudinarias en polideportivos o auditorios. Tal era el estado de convencimiento,
o de ignorancia, que ni siquiera nos rebelamos cuando se nos informó de que
seríamos levemente sedados a través de ondas electromagnéticas y fármacos. La
explicación fue que de ese modo se evitaba que algunos desalmados violasen el
buen propósito de la inmensa mayoría de la población del planeta, y robasen
saqueasen, destruyesen aquello que los demás tratábamos de salvar. Yo fui uno
de tantos crédulos que abanderé el movimiento pro-salvación del planeta con una
jornada de sueño anual. Ahora pienso cómo de imbéciles fuimos, al tragarnos
semejante patraña.
Durante
las ocasiones anteriores, nadie recordaba nada, tan sólo que habían dormido
como nunca. Un sueño reparador y placentero, aderezado con el mejor de los
sueños, fue el único recuerdo de nuestro día a favor del sueño del año 2038 y
2039. Hubo incluso personas que incluso teniendo problemas con regularidad para
conciliar el sueño, ese día durmieron como un bebé a pesar de ser las cuatro de
la tarde y estar a pleno sol en el hemisferio donde se encontraban, mientras
que la otra parte del mundo dormía con total normalidad durante la noche. Estas
personas trataron de averiguar cuál era el fármaco, facilitado por las
autoridades estadounidenses, para comprarlo; era la primera vez que dormían
diez horas seguidas, tras décadas de sueño ligero, pero no tuvieron suerte a
pesar de su empeño.
Nunca
se sabía cuándo sería el próximo día mundial del sueño por la salvación medioambiental
del planeta. El primer año había sido en Enero, pero el siguiente en Mayo. Este
año nos habían comunicado con tan sólo dos semanas de antelación que la
celebración mundial sería el día 14 del
mes de Junio. Me había fastidiado enormemente, pues era mi cumpleaños y pensaba
hacer una barbacoa, la carne tuvo que ser congelada, las bebidas almacenadas;
mis invitados ese día tenían algo más importante que hacer: dormir.
Durante
el primer día mundial del sueño global colectivo, no hubo incidencias; pero
durante el segundo sí: desaparecieron algo más de mil personas en todo el
globo. Las autoridades estadounidenses y europeas, principales rectores de la
iniciativa; se apresuraron a decir que no había de qué preocuparse. Finalmente
una densa cortina de humo se posó sobre esas desapariciones, con espectaculares
noticias sobre bajadas empicadas de los tipos de interés o descubrimientos
singulares relacionados con la vida cotidiana.
Poco
a poco los familiares de esas personas fueron apagando sus protestas. Una
amenaza por aquí, un trabajo por allá, incluso algún silencio comprado voló
sobre las humildes economías de estas familias.
Pero
la tercera y última celebración de sueño universal, fue muy diferente. Para
empezar, todo fue mucho más repentino y descontrolado. Cuando las autoridades
anunciaron la celebración de este día, no todos los países estuvieron de
acuerdo con la fecha; pero la condonación de alguna que otra deuda exterior,
logró el absoluto consenso. Por otra parte, hubo alguna que otra voz que alertó
de la existencia de un meteorito que se acercaba a la tierra a gran velocidad y
cuyo impacto con la tierra podría ser probablemente el 14 de Junio. Inmediatamente
los locos de las estrellas, como se les llamó a los aficionados a la astronomía
que habían dado la voz de alarma, se les pagó unas vacaciones al penal más
cercano por enardecimiento del orden público e intentar fomentar la histeria
colectiva. Hubo incluso otros, cercanos a los gobiernos que empezaron a filtrar
información un par de días antes; como que el fármaco que nos repartían era
inocuo e incapaz de dormir a las personas, que tan sólo era una especie de
placebo; y que realmente nos dormían a través de ondas emitidas desde los
satélites situados en nuestra órbita terrestre.
Algo
debió ir mal, porque yo, al igual que otros pobres desgraciados nos despertamos
aquella noche, cuando se suponía que debíamos estar dormidos. Nos despertamos
la noche que todo el mundo debía
permanecer inconsciente mientras dormían.
Me
fui a dormir temprano, aunque ahora creo que ni siquiera eso fue de mi propia
elección. Lo último que recuerdo era estar tumbado sobre la cama, incapaz de
meterme bajo las sábanas de algodón egipcio, debido al sofocante calor de
principios de Junio, Ese verano iba a ser insoportable en Londres. Apenas había
llovido y a causa del cambio climático, la ciudad británica me recordaba más
que nunca a mi ciudad natal del sur de España. Fui cerrando los ojos poco a
poco, lentamente iba perdiendo mi consciencia, cuando observé la pastilla que
el gobierno británico se había molestado en hacernos tomar a primera hora del
día al salir de casa, cogíamos el metro o tratábamos de llegar a tiempo para
fichar en el trabajo. Durante todo el día, sin darme cuenta, había burlado más por casualidad que por intencionalidad todos los controles de
los bobbies. Había decidido tomarme la pastillita beige que había dejado en el
buzón de casa la anterior semana. Pero mi estado de semiinconsciencia estaba ya
muy avanzado, así que alargué el brazo para alcanzar el pequeño fármaco y
cuando lo introduje en mi boca, ya no recuerdo nada más que estar profunda e inevitablemente dormido.
No
sabía cuánto tiempo había dormido, pero tenía la sensación de haber dormido más
de 24 horas. Miré el reloj despertador sobre la mesita de noche, y marcaba las
dos. No podía creer que había dormido más de diecisiete horas. Me recosté en la
cama, todavía aturdido por el sueño, y al rodearme, se me heló la sangre.
A
través del hueco de las cortinas, perniabiertas puesto que no me había dado
siquiera tiempo a cerrarlas, cuando el terrible sopor acabó dominándome; no
entraba luz alguna del exterior. Todo lo rápido que pude, me levanté y me
acerqué a mirar por mi ventana. Perplejo y algo mareado me apoyé en el alfeizar
y comprobé que todavía era de noche. La noche más serena y silenciosa de la que
había sido testigo en toda mi vida. Los coches no circulaban, los jóvenes no
andorreaban tratando de delinquir bajo el cobijo de la nocturnidad, el viento
siquiera removía las copas de los árboles más altos, ni siquiera los sin techo
aparcados en el lateral de la boca del metro, parecían hoy intranquilos bajo
sus montañas de pertenencias desechadas y kilos de indiferencia.
Nada
se movía, nadie hablaba, todo estaba en calma, todos estaban dormidos. No pude
más que preguntarme por qué yo no estaba como todos, dormido. Bastante
asombrado, me dispuse a averiguar si algunos de mis vecinos estarían
despiertos, o alguno de mis compañeros de piso. Fui a sus habitaciones, a
oscuras, y estaban totalmente traspuestos. Me calcé unas zapatillas de deporte,
unos pantalones cortos y la camiseta vieja para estar por casa, y decidí bajar
a disfrutar de la noche más tranquila del año. Caminé por todo Portobello, si
encontrarme a nadie. Todas las luces apagadas en el interior de las casas
reteniendo el silencio de sus moradores. Aquellas viviendas con luz, tampoco
albergaban nada. Normalmente, no se me hubiera ocurrido caminar a esas horas
por el solitario y oscuro Londres, pero la temperatura y la oportunidad
invitaban. Pensaba recordar cada detalle de esa noche para contarlo a la mañana
siguiente. Uno de mis compañeros de piso trabajaba en un tabloide como becario.
Tal vez publicasen una entrevista. Cuando llevaba un buen rato deambulando de
arriba abajo, incluso asomándome por las ventanas bajas de los londinenses para
comprobar que todos efectivamente dormían; me pareció ver algo cuando me
disponía a doblar la esquina de la avenida que conducía hasta mi casa. Instintivamente
me eché para atrás. Me quedé escuchando, y… nada. Me disponía a emprender de nuevo
la marcha, cuando un inquietante ruido me frenó. Tenía que dar la vuelta. Pero
esa era el único acceso de vuelta a casa. Me estaba empezando a arrepentir, por
qué había salido de casa. El ruido volvió a acercarse. Tenía que marcharme de
allí, pero el pánico me impedía moverme. Sigilosamente, casi sin respirar
tampoco, me incliné sobre la pared para ver qué era lo que me estaba
aterrorizando. Cuando mi vista empezó a doblar la esquina, lo vi: había alguien
vestido de negro con ropa militar, que al verme asomar tomó impulso y comenzó a correr hacia mí.
—maldición— pensé.
Pero esta vez mis piernas me respondieron, gracias a la adrenalina segregada
ante la visión del sujeto que inspiraba toda clase de consecuencias terribles
para mi persona. Corrí cuanto pude, más rápido que cualquiera de las veces que
salía a correr a St. James’ Park. Pero al recorrer varias calles, tropecé con
un adoquín y mi perseguidor me alcanzó. En el suelo, escuché su respiración
entrecortada, me dispuse a rodearme para verle la cara, cuando sentí un
penetrante dolor tras la nuca y caí de bruces.
Volví
a recobrar el conocimiento en una especie de vehículo amplio pero sin ventanas.
A mi lado sentí la presencia de otras personas, a las que no pude tocar o
hablar porque mis manos estaban atadas,
y un enorme trozo de cinta americana taponaba mi boca y parte de los orificios
nasales. No sabía ni dónde íbamos, ni
quiénes eran esas personas. Sólo sé que estaba realmente asustado. Nada bueno
podía sucedernos. Al poco, el vehículo se detuvo. Tras un tiempo de traqueteos
por lo que parecía una carretera rural intransitada. Al abrirse las puertas pude ver a militares encapuchados,
apuntándonos con sus linternas y armas. Nos condujeron a una especie de
campamento en mitad de la nada. Fui arrojado al suelo junto con mis compañeros,
dentro de una de las tiendas. Mis compañeros de cautiverio sollozaban y se
retorcían tratando de escapar. Había mujeres, niños e incluso ancianos. Conté
una veintena de personas. Justo al lado se encontraba una de las tiendas de los
militares, estaban hablando bastante alto, para la costumbre local. Cuando me
fijé bien en el acento, y descubrí que el Inglés que hablaban era inglés
americano. Comentaban qué iban a hacer
con nosotros, decían algo sobre la hora fijada, nos llevarían a donde habían
acordado; sólo debían dejarnos sobre la señal, en el lugar exacto de las
coordenadas, y marcharse, si no querían acabar igual que nosotros. Alguno de
los hombres se reveló, acerca de lo que estaban haciendo, no hacía más que
repetir que sólo éramos civiles inocentes. El que parecía ser su jefe, le
aconsejó que se callara, éramos nosotros
o toda la humanidad. Decía que había un equilibrio que respetar, y decía
algo sobre si no estábamos preparados para conocer algo así. Incluso le
aconsejó perderse en el Caribe con el dinero que le iban a proporcionar, y
olvidara todo aquello. No pude oír más por los lamentos de los pequeños y las
mujeres.
Supe
que debía escapar de allí como fuese. Busqué a mí alrededor algo con lo que cortar
las cuerdas que retenían mi libertad. No había nada a la vista, fue entonces
cuando vi a un pequeño secarse las lágrimas con el envés de su manga; le hice
señas y se acercó a mí. Le indiqué que quitara mi mordaza, al principio dudó,
pero luego lo hizo. Le expliqué que debía intentar desatarme, cuando lo estaba
logrando, y la presión sobre mis muñecas disminuía; alguien entró en la tienda.
El chico fue sorprendido de pie a mi lado, yo inmediatamente miré hacia abajo.
El soldado cogió al chiquillo del brazo y entre gritos y empujones lo sacó de
la tienda. Continué frotando mis muñeca hasta que por fin me deshice de las
ataduras, lo siguiente fueron los pies. Mi pulso se iba acelerando poco a poco
conforme veía más cercana mi liberación. Me dirigí a la parte posterior de la
tienda buscando una salida. Aquellas personas al verme empezaron a suplicar que les liberase, sus
caritas imploraban mi ayuda, pero el ajetreo delante de la tienda indicaba que
un momento o en otro vendrían en busca nuestra. Con un trozo de metal que
encontré en el suelo conseguí rasgar la tela de la tienda, la grieta irregular
y estrecho, me permitiría a duras penas salir de aquel lugar. Miré a través de
ésta y comprobé que daba a una arboleda. Introduje mis manos por el agujerito y
con todas mis fuerzas agrandé la rendija inicial hasta que mi cuerpo pudo pasar
con esfuerzo al otro lado. Justo acababa de caer al suelo detrás de la tienda;
cuando los militares entraron a por los prisioneros. Permanecí inmóvil tras un
árbol cercano, esperando ser descubierto. Afortunadamente, tenían prisa y se
gritaban unos a otros para cumplir con la hora fijada. Esperé un par de minutos
pétreo, inerte hasta que los oí marcharse. Me asomé pasados otros minutos, y
comprobé que no había nadie. En la distancia, a unos ochocientos metros, vi que
paraban los vehículos y arrojaban allí a las personas. Inmediatamente después salieron
pitando del lugar. Pensé que los habían matado , pero entonces les vi moverse,
e intentar levantarse del suelo. Sin pensarlo, con los vehículos todavía cerca,
corrí en su ayuda.
De
repente un ruido ensordecedor, el trueno más atroz que jamás había escuchado,
retumbó sobre mi cabeza. Acto seguido un cegador haz de luz salió de lo que
parecía una enorme superficie aérea y los engulló. Boquiabierto, vi como en un
instante la monstruosa mancha había desaparecido y con ella todos los testigos
de tal atrocidad.
Creo
que me mareé un poco, incluso pensé estar soñando. Desolado y en shock empecé a
llorar en el suelo. En pocos minutos, parecía no haber pasado nada. Así estuve,
mirando al cielo durante horas, hasta que el sol empezó a colorear todas las
cosas a mí alrededor. Anduve durante un par de horas atravesando el bosque,
temeroso de encontrarme a alguno de esos hombres, hasta que llegué a una
carretera secundaria. Me preguntaba qué había visto, qué había pasado. Tras
varias horas de caminata, un coche se aproximó en la distancia. Antes de que
pudiera reaccionar, lo tenía encima.
Un buen hombre se ofreció a llevarme hasta
Londres, pretendía ir a la ciudad a ver si sus familiares habían dormido tan
plácidamente como él esa noche. Yo inventé una excusa acerca de haberme quedado
dormido en mitad del campo, porque mi coche se había averiado.
De
vuelta a casa, las noticias de la radio informaban del éxito de la pasada
jornada, y cómo se habían ahorrado millones de euros en electricidad, se había
reducido la contaminación, y de cómo habían dormido todos los entrevistados en
plena calle.
Estaba
hecho polvo, por suerte el hombre se dirigía a dos paradas de metro de casa. Me
dejó un par de libras para comprar un billete sencillo y me bajé en Portobello.
Estaba deseando llegar a casa, y contar a mis compañeros lo que me había
pasado, aunque no sabía si me tomarían por loco. Así que a ducharse, y esperar
a ver si escuchaba algo en las noticias parecía la mejor alternativa. Cuando me disponía a subir las escaleras de
casa, me di cuenta que no tenía llaves. Mi compañero me vio desde arriba y
corrió a buscarlas, para echármelas por la ventana. Intenté atraparlas, pero
fallé y cayeron al suelo. Me volví exhausto para cogerlas; maldiciendo a mi
amigo, que ya no estaba en la ventana, por su mala puntería. Al recogerlas del
asfalto, un taxi pasó por delante de nuestro edificio, en su interior una
figura se sorprendió al verme. Se revolvió en su asiento con las órbitas
desencajadas. El taxi paró unos metros delante del edificio; bajó la ventanilla para buscarme, pero yo ya
me encontraba escondido tras la puerta del portal.
Donde un instante antes había habido una figura recogiendo las
llaves, ya no había nada. Tras unos eternos segundos, el taxi arrancó de nuevo,
y escuché como se alejaba. Volví a respirar cuando a través del cristal
comprobé que el coche giraba justo por
la misma esquina en que la pasada noche había sido apresado. Y más
aliviado comencé a subir las escaleras cuando comprobé que quien iba dentro del taxi era el mismo
hombre de negro que me la anterior noche me había atacado. Giré la llave y entré en casa.
—¿A salvo? —me
pregunté.
Rafael Alcolea Harold
Creimos estar dormidos -
(c) -
RAFAEL ALCOLEA RODRÍGUEZ
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